Por Gaspar González
“Allí abajo están las tinieblas eternas”- me dijo.
La llamada del silencio y las tinieblas me marcaron, desde ese instante, para siempre.
De “Mi mundo subterráneo” Norbert Casteret.
Muchas veces se habla de la era de las exploraciones en tiempo pasado, pero aún existen ámbitos en donde el descubrimiento de un lugar nuevo en este planeta se hace presente. El fondo marino, algunos rincones de las selvas, valles remotos en las cordilleras y el “mundo subterráneo” son las últimas fronteras geográficas, y todavía nos guardan muchas sorpresas para descubrir. La espeleología es un encuentro de disciplinas, una suerte de ciencia, que se centra en la exploración de los espacios subterráneos. Y a diferencia del fondo marino, en el cual un sondeo con instrumental podría considerarlo como “explorado”, en las cavernas debemos andar paso a paso, por nuestros propios medios y a nuestro propio riesgo para considerarlo conocido. Yo comencé de joven con largas caminatas por los Andes, estas me llevaron a querer subir un poco más y por tanto al montañismo, y de ahí a la espeleología. En mi, estas dos disciplinas ocupan un mismo lugar y dedicación, y por lo que he visto es un “mal” común, conocer la montaña en sus cumbres y en sus entrañas.
De niño soñaba con ser explorador, como tantos otros niños, y hoy sin darme cuenta, este camino me llevó a pisar y alumbrar lugares que nunca ningún ojo humano había presenciado. Cuando esto ocurre trato de recordarme el privilegio sublime que significa y agradecer. Al igual que en el montañismo, en esto hay tradiciones, escuelas y maestros a quienes acudir para recibir de primera mano el “arte”. Estos linajes nos dejan a las nuevas generaciones algo de esas experiencias que los mas viejos han llevado a cabo, y nos dan una serie de parámetros técnicos y éticos que nos servirán de brújula. También en estas artes tradicionales se aprenden los “secretos” a cuenta gota y en el terreno, si bien lo básico esta organizado en capacitaciones formales.
En Uruguay existe una asociación dedicada al mundo subterráneo desde hace mas de 20 años, el Centro Espeleológico Uruguayo Mario Ísola. Nuestras actividades van desde entrenar la faceta deportiva, la investigación científica, organizar expediciones al exterior y por supuesto, explorar nuestro territorio en busca de entradas al mundo hipogeo. Y si bien cualquiera puede ser parte de este grupo, las cuevas tanto como la montaña comparten otro criterio : La montaña es para todos, pero no todos son para la montaña. Decanta en el espíritu de cada uno cuánto se puede adentrar, ya sea desde el involucramiento o del compromiso.
La montaña llama, todos la escuchamos, y algunos respondemos. Para explorar cavernas es necesario un equipamiento especial, y la pericia de complejas maniobras con cuerdas. Para eso entrenamos todas las semanas colgados del techo de un galpón, de algún árbol o barranco. Usamos aparatos de descenso y de ascenso por cuerdas semi-estáticas, que se usan en simple y sin backup. Por ese motivo uno debe tener la técnica bien clara y practicada. Algo que es casi incorrecto decir pero difícil de refutar es que en estas disciplinas, en donde el riesgo predomina, todos nos vamos tomando licencias de aquello que aprendimos en algún momento y aflora la inventiva, la creatividad in situ. Alto en una montaña o profundo en una cueva uno debe tener criterio, ese conocimiento difuso y a veces contradictorio basado en experiencias personales. Recuerdo una experiencia puntualmente, la travesía de una caverna en la cual entrábamos por arriba y salíamos río abajo, en el valle. En este caso había que ir recuperando mas de veinte rapeles una vez sorteados para llevarnos las cuerdas, dejando así la salida superior inaccesible para nosotros. ¿Y qué si la cueva estaba colapsada mas adelante? Para añadirle emoción, como si fuera poco, nos íbamos colgando de antiquísimos spits de 8 mm, sin reuniones, así nomás, en simple. Llegado un momento, muchas reglas de oro van quedando atrás y, escondidos en lo profundo de la tierra de aquellos juiciosos ojos técnicos, íbamos encomendandonos al delicado criterio personal y a Vucub-Camé señor de Xibalba, el inframundo. De poza en poza bajamos durante trece horas al borde de la hipotermia por inmersión. La iluminación es un tema primordial por supuesto, y para esto existen linternas especiales, que tienen muy buena luminosidad y autonomía. Una vez conocidas las técnicas uno debe ponerlas a prueba con el vértigo de los abismos. Es ahí donde la etapa decisiva comienza. El estrés se hace presente, y la impecabilidad insoslayable. En los grandes sistemas cavernarios del mundo abundan las grandes verticales que nos desafían psicológica y físicamente en el retorno a la superficie.
Explorar un territorio es un proyecto a largo plazo y en eso estamos con los compañeros de nuestro grupo. Desde hace unos años trabajamos en el parque nacional Torotoro, en el mismísimo centro geográfico de Sudamérica, Bolivia. Año a año vamos a este lugar y nuevos datos aparecen , que nos dan acceso a una nueva cueva. Explorar en otro país conlleva un serio desafío logístico y un trabajo casi “antropológico”, dado que muchas cuevas se encuentran en territorios indígenas o protegidos. Si mostramos constancia y seriedad, las anécdotas y permisos comienzan a aparecer. Un trabajo serio implica una devolución a la comunidad, tanto al colectivo espeleológico como al local. Nadie nos enseña esta parte del trabajo, en eso estamos, en el aprendizaje de la marcha. La exploración se completa cuando se logra una topografía de la cavidad, de manera que otros espeleólogos la puedan visitar y la comunidad local y científica tenga mas conocimiento de lo que hay bajo la superficie. Esto es un hobby, nada más. No hay profesionalismo en las cuevas, ni hay clientes, ni guías ni “responsables por todos los demás”, es puro amateurismo. Las cuevas son para todos pero no todos son para las cuevas. Ahí afuera hay mucho aún por descubrir.
Publicado en la edición impresa número II de la revista.
Edición Nro SAM / Diciembre 2019 / Uruguay